El pasado 25 de marzo, un grupo de participantes del centro de Acogida Temporal en Collado Villalba, acompañados por dos voluntarias, realizaron una visita guiada por Collado Villalba pueblo. Fue una visita muy especial, pues se hizo especial hincapié en las mujeres.
El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer; sin embargo, en Collado Villalba hubo un tiempo en que se celebraba el 8 de enero la Fiesta de las Mujeres. Surgió por un acontecimiento acaecido ese día en el año 1919: las mujeres se manifestaron y consiguieron evitar que el Ayuntamiento se trasladara de la plaza del pueblo a la Estación, al ver llegar al “tío Frutines”, con su carreta de bueyes, dispuesto a llevarse el Archivo Municipal. La fiesta se estuvo celebrando los años sucesivos hasta el comienzo de la Guerra Civil.
También pudieron conocer la historia de dos emblemáticas mujeres del pueblo:
- La Escuela de la tía Serafina: Serafina era una señora mayor que montó una escuela particular liberal en su casa, siendo una mezcla de arca de Noé y jardín de infancia, ya que daba las clases en el corral debajo del emparrado con los animales. Aficionada a la docencia, enseñaba a leer, a contar y geografía. Las clases consistían en letanías y cánticos, aprendiendo las letras con soniquetes y palmetazos. En la hora de recreo el alumnado acudía a la plaza de los Cuatro Caños, donde estaban las madres cogiendo agua con el botijo o el cántaro. Cada niña o niño que asistía a su escuela llevaba su asiento y pagaba al mes, no está muy claro si un real o una peseta. Gracias a Serafina, cuando las criaturas pasaban a la Escuela Nacional ya sabían leer y escribir.
- La Tarara: Mote coloquial y amistoso con el que se llamaba a Doña Teodora, de profesión repartidora de la prensa diaria. Fue una mujer arrolladora, de la que se asegura que fue la primera que tuvo y montó una bicicleta en el pueblo. Todos los días, haciendo frente a las inclemencias meteorológicas, bajaba del pueblo en bicicleta para recoger la prensa diaria en la estación de ferrocarril y subía cargada con los periódicos para el pueblo. Como suele decirse, era el alma de la fiesta, ya que de verbo siempre oportuno, bailaba, cantaba, tomaba sus copas y corría, encabezando la carrera en los encierros populares.
Continuando el paseo, vieron también la piedra del concejo. En ella se discutía sobre asuntos cotidianos de la política municipal como la normativa local, las transmisiones de predios y los deslindes conflictivos, entre otros temas.
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