Germán y Consuelo inspiran ternura en su manera de cuidarse, siempre cogidos de la mano. Se les ve felices. Son la viva muestra de cuarenta años de compañerismo que les ha ayudado a superar las adversidades para seguir adelante.

Germán tiene marcadas en su cara las arrugas que deja la lucha diaria, pero su sonrisa es generosa y cálida. Consuelo es vivaracha y coqueta, condición que heredó de su madre. Sus ojos brillan cuando se refiere a Germán. Son de La Habana. Consuelo es nieta de españoles. Su abuelo, gijonense, emigró a Cuba de joven, donde se estableció y conoció a la que sería su mujer.

Hacía tiempo que ambos tenían pensado viajar a España para conocer los orígenes de Consuelo y visitar a la familia lejana, que lleva más de veinte años residiendo en nuestro país. Este nexo les acercaba a nuestra cultura, música y gastronomía. Sería sólo una temporada, para después regresar a su trabajo y su vida cotidiana de Cuba.

 

Sin embargo, pese a la ayuda de la familia española y que ambos tenían trabajo –él de encargado, ella de maestra- la situación se deterioró tanto en Cuba que decidieron armarse de valor y empezar de cero en España. Vendieron algunas cosas para disponer de un dinero ajustado y dejaron la casa a su hijo, que se tuvo que quedar. No fue una decisión desesperada, porque, como ellos dicen, contaban con voluntad y tesón para trabajar.

Aunque Consuelo pudiera acceder a la ciudadanía española les esperaban incertidumbres y muchas dificultades. La primera, encontrar una vivienda y trabajo para subsistir. Al principio se alojaron en casa de su suegra y su cuñada, en Villa del Prado, una casa pequeña, por lo que compraron un colchón y se mudaron pronto a una habitación de alquiler.

 

“En Cruz Roja empezó nuestra fantástica aventura”

Comenzaron a buscar sin mucha fortuna, hasta que una chica venezolana los animó a llamar a la puerta de Cruz Roja Sierra Oeste. Ambos se sintieron acogidos y como Germán dice “una Paloma blanca (en referencia a la técnica que les atendió) se posó en nuestros hombros, como cuando Fidel (Castro) entró en La Habana”, y en medio de un encendido discurso se le posó una paloma blanca en el hombro (una señal que el pueblo cubano asoció a la esperanza). “Si en este momento no hubiera existido la Cruz Roja, yo no estaría hablando con usted aquí, ahora, tan feliz. A mi vez, yo también he recomendado Cruz Roja a una pareja que vive en Carabanchel”.

Relatan su experiencia con Cruz Roja: “estaban muy bien coordinados; todo el mundo sabe lo que tiene que hacer”. Se les brindó apoyo emocional y, para conseguir empleo, se les ayudó con trámites administrativos, recibieron conocimientos digitales y formación. En un momento difícil recibieron ayuda económica de Cruz Roja para atender la renta, el suministro energético y el abono transporte; incluso un kit de maquillaje que subió la moral de Consuelo en un momento de particular de desánimo por tanto sacrificio: poder pintarse, como estaba acostumbrada en su país, significaba estar empoderada.

Asistieron a talleres sobre temáticas que no son usuales en Cuba, Consuelo trabajó como cocinera de reemplazo y, posteriormente, limpiadora y empezaron a tramitar los papeles de Germán, por reunificación familiar. Por su parte, Germán trabajó duro en el campo con 62 años; y también como camarero y manipulador de mercancías en Mercamadrid.

Ni la economía en Cuba, ni los problemas aquí, ni la DANA ha podido con ellos

Residen desde hace un año en el pueblo madrileño de Aldea del Fresno, en una casa de tres habitaciones, con la intención de traer a su hijo, mecánico automotriz, su mujer y a su nieto, al que todavía no conocen personalmente.

En 2023, durante meses tuvieron que enfrentar el frío y un rodeo de 42 kilómetros porque Aldea del Fresno fue una de las localidades más afectadas por la DANA de septiembre.

A día de hoy, su situación ha mejorado,  y ya pueden mandar algo de dinero a su país. Ambos están empleados en una empresa de servicios, muy cerca de su casa: “todo es muy claro, nos apoyan y nos sentimos contentos. Hoy nos vamos a vamos a Príncipe Pío en autobús, a comer fuera de casa por primera vez”.

La suya es una historia con final feliz. Una historia de tesón y compromiso en la búsqueda de oportunidades, sin los cuales y pese al trabajo del personal técnico y voluntario de Cruz Roja, el desenlace podría haber sido otro. Hoy, Consuelo sueña con homologar su título más adelante, si se puede, pese a sus 62 años.

El año que viene dejarán de ser participantes en los programas Cruz Roja, pero no quieren romper el vínculo de confianza y afecto que les une a nuestra entidad porque, recuerda Germán en nombre de la pareja, que “ustedes nos ayudaron a dar el primer paso… y el agradecimiento es la memoria del corazón, decía mi padre”.

Quizás pasen a ser voluntarios/as, para ayudar a gente como ellos/as, porque las personas que forman Cruz Roja se deben a las personas.

 

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