Javier Díez Terrón es voluntario en la Asamblea Local de Madrid – Zona Norte en el Proyecto Promoción del Éxito Escolar con jóvenes y, recientemente ha tenido la oportunidad de cumplir uno de sus sueños: viajar a Australia y Nueva Zelanda.
Nuestro compañero ha querido contarnos su experiencia en ‘la otra punta del mundo’ y animarnos a todos y todas a no perder la oportunidad de visitar ambos países.
«Viajar a Australia y Nueva Zelanda me ha permitido cumplir uno de mis sueños. Aterrizar en el aeropuerto de Sidney, después de casi 25 horas de vuelo, me supuso una mezcla, a partes iguales, de emoción y expectación. Quedé hipnotizado desde el primer momento por la inmensidad y el atractivo natural de los paisajes de estos dos grandes países.
Australia. La diferencia horaria de +10 horas en Sidney respecto de Madrid, no me impidió levantarme al día siguiente con todo el entusiasmo del mundo para tratar de aprovechar al máximo los tres días que tenía planificados en la capital australiana.
Empecé por el principio, es decir, por la visita a la Sidney Opera House. Un icono del país, y yo diría que del mundo. Uno de esos lugares que estamos hartos de ver en televisión, que nos resultan tan familiares, pero al mismo tiempo tan inaccesibles por su lejanía.
Estuve cerca de tres horas recorriendo los lugares más emblemáticos de la ciudad, tales como la catedral de Santa María, el Town Hall, la Central Station, los barrios históricos the Rocks, Kings Cross y Paddington, la playa de Bondie, el puerto Darling, la Sky Tower, el Queen Victoria Building y el Australian Museum, entre otros.
El día siguiente lo dediqué básicamente a dos cosas: visitar el parque Featherdale Wildlife para ver koalas, canguros, wombats, dingos y pingüinos y subir a la Sky Tower de Sidney, con una vista de 360º de la ciudad realmente impactante.
Nueva Zelanda. Nueva Zelanda es sinónimo de naturaleza grandiosa, de respeto por el medio ambiente y por la propiedad y derechos de las personas, de unas ciudades pensadas por y para las personas, de un tributo permanente a las tradiciones maoríes, del culto a la paz y a la vida sosegada, de una amabilidad de sus gentes como no he visto en ningún otro lugar… en definitiva, Nueva Zelanda es ese país que pensaba que no existía en este planeta, y resulta que sí, que existe. Se encuentra en Oceanía, a 20.000 kms de la Puerta de Alcalá.
Auckland fue mi primer destino en Nueva Zelanda. Me metí en un catamarán para dar una vuelta por la bahía Waitemata de Auckland y alcanzar la isla Waiheke, separada de la ciudad por 40 minutos de navegación. ¡Amigo mío! ¡Me encontré con el paraíso! Waiheke es un lugar de ensueño, de relax, de paz, de serenidad, de playas impecablemente limpias, de gentes tranquilas y amables.
Regresé a Auckland y dediqué el resto del día a visitar la Sky Tower, pasear por la zona de la Universidad, y a dar una vuelta por el famoso barrio de Parnell, inspirado de alguna manera en la ciudad de Boston.
El hotel me había conseguido un tour para visitar una de las mayores atracciones del país, que yo tenía señalada en rojo en mi plan de viaje: Hobbiton. Es decir, los escenarios reales de las películas El Señor de los Anillos y el Hobbit.
Al llegar a Hobbiton me quedé sin palabras. Rápidamente comenzaron a aflorar en mi cabeza adjetivos de todo tipo y condición: increíble, maravilloso, sorprendente, mágico, emocionante, sublime, fantástico, encantador… ¡Dios mío, qué lugar! Tiene una atmósfera que te envuelve y te hace sentir que estás en otro planeta, en un lugar de la Tierra imaginario, de cuento de hadas.
Más tarde llegué al Parque Geotermal de Te-Puia, a unos 50 minutos por carretera desde Matamala. Un lugar en plena actividad volcánica, en el que tienes la sensación de que todo aquello puede saltar por los aires en cualquier momento.
Mi próximo destino era Christchurch, adonde me desplazaría en un vuelo de Air New Zealand desde Rotorua. Aquí alquilé un coche para recorrer el itinerario que tenía previsto: Christchurch – Lake Tekapo – Wanaka – Queenstown, siempre en dirección sur.
De esta forma, pude disfrutar de parajes absolutamente maravillosos como la cima nevada del Monte Cook (3.750 mts.), el pueblo minero de Arrowtown y el puente Bungy.
Queenstown es el punto de partida de una de las 8 maravillas del mundo: Milford Sound.
El paseo en barco te permite disfrutar de innumerables cascadas, fiordos de formas caprichosas, agua y vida, montañas que se pierden en el infinito… tremendo.
En Queenstown pasé tres días inolvidables. Me di un paseo magnífico paseo de 20 kms. por la Frankton Track, subí en el teleférico a la cima de Bob´s Peak (desde donde había una vista de la ciudad, del lago y de la cadena montañosa Los Remarkables), sencillamente espectacular, y me apliqué de firme a la gastronomía y a los más que apreciables caldos neozelandeses.