Tanto en España como en el resto del mundo, la conducta suicida continúa siendo un tema tabú y, sin embargo, en las estadísticas del Instituto Nacional de Estadística (INE) se sigue reflejando cada año cómo el suicidio es la primera causa externa de defunción.

De media, en España se produce un suicidio cada dos horas y cada 40 segundos en el resto del mundo, según la Asociación Internacional para la prevención del Suicidio (IASP). A nivel mundial, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alerta de los mismos resultados, el suicidio es la primera causa externa de muerte en los hombres y la tercera en las mujeres, y no siempre se trata de personas adultas, muchas de ellas son menores de edad.

Quizás por ello, sea necesario seguir conmemorando el 10 de septiembre como el Día Mundial para la Prevención del Suicidio tal y como nos propone la OMS y la IASP para lograr que la prevención del suicidio sea una prioridad de la agenda pública.

Si asumimos la consideración del suicidio como un alivio extremo al sufrimiento personal, entenderemos por qué en una situación tan extrema como la que estamos viviendo actualmente, el servicio “Cruz Roja te escucha” se preocupa por poner sobre la mesa la prevención de la conducta suicida, máxime cuando la pandemia por la COVID19 y sus consecuencias están afectando globalmente a todo el planeta y se está extendiendo en el tiempo sin tener aún un horizonte diferente al que aferrarse.

En Cruz Roja disponemos del servicio telefónico gratuito de apoyo y acompañamiento psicosocial “Cruz Roja te escucha”, operativo de lunes a viernes de 10 a 14h y de 16 a 20h. Si necesitas ayuda fuera de este horario y la vida de otra persona está comprometida, te recomendamos que actives el servicio de emergencias 112.

Si esta nueva situación sobrevenida se acumula a otros Eventos Vitales Estresantes, puede llegar a colapsar los recursos personales que disponemos para hacer frente a los problemas. Por eso es importante conocer la realidad de la conducta suicida: para poder poner en marcha estrategias globales de intervención, principalmente en la prevención.

Esa es la buena noticia: la conducta suicida puede prevenirse, y la primera manera de hacerlo es hablando de esta idea. Preferimos hablar de modo más amplio de la conducta suicida porque abarca no solo el acto suicida en sí mismo, sino también las ideaciones suicidas y las tentativas de suicidio.

Mitos en torno al suicidio

Existen varios mitos en torno a la conducta suicida. El primero de ellos es pensar que si hablamos abiertamente sobre ello con las personas en situaciones de sufrimiento, podemos incitarles a cometerlo. Sin embargo, no hay literatura científica que sustente esa creencia y, al contrario, sí está demostrado que hablar sobre el suicidio de forma empática, respetuosa y ofreciendo alternativas, sí puede prevenir que las personas consideren la muerte como la mejor o la única solución a sus problemas.

No olvidemos que el suicidio es una opción extrema y permanente frente a situaciones o problemas temporales, por eso y porque todas las vidas merecen ser vividas, debemos tratar de evitarlo.

Por otra parte, aunque se considera que la conducta suicida es el resultado de la convergencia de factores individuales(genéticos, psico-emocionales, experiencia de trauma y/o pérdida, falta de habilidades y recursos personales…), sociales (como los antecedentes
familiares, vivir en entornos violentos, falta de apoyos social…) o culturales, las personas que han tenido conductas suicidas son muy heterogéneas. Por eso también, su entorno más cercano es quien mejor podría conocer a la persona y detectar las señales de alerta.

Del mismo modo que existen factores de riesgo, también existen factores de protección personal, familiar o social que pueden potenciarse. Algunos de estos factores son las habilidades sociales, de comunicación y resolución de problemas, incluyendo la capacidad de buscar ayuda externa cuando la persona no puede resolver un problema por sí misma.

Una adecuada autoestima, sentirse querido/a o tener actitudes positivas como el respeto, la solidaridad, la cooperación, la justicia y la amistad, pueden protegernos de esta conducta.

Dentro de los factores de protección familiares están la cohesión y el apoyo familiar. Y entre los factores de protección social, sin duda la amistad es el principal, ya que sentirse escuchado/a, con respeto y sensibilidad, sin juicios de valor, nos protege.

Por otra parte, se han identificado señales de alerta que debemos saber identificar para
poder intervenir en caso de detectarse. Como venimos explicando, una buena comunicación abierta y respetuosa es un primer nivel de intervención, pero tanto si una persona tiene ideaciones como intentos de suicidio, es importante animarla a buscar apoyo profesional para acompañarla hasta que se resuelva su situación de sufrimiento.

¿Qué no debemos hacer?

Juzgar, reprochar, criticar o no tomar sus amenazas en serio. No es bueno utilizar argumentos chantajistas de tipo “le vas a hacer mucho daño a ….” si no conocemos la relación de la persona suicida con otras personas. Tampoco deberíamos mostrar pánico, sino más bien buscar ayuda.

¿Cuáles pueden ser estas señales de alerta?

  • Señales verbales: descalificaciones que realiza la persona sobre sí misma (“No valgo para nada, solo os hago sufrir”), comentarios desesperanzadores sobre el futuro (“mi vida no tiene solución, siempre voy a estar así”), verbalizaciones sobre la muerte o el suicidio (“me gustaría desaparecer, solo si me muero terminarán mis problemas”) y despedidas (“quiero que sepas que siempre me has ayudado”).
  • Señales no verbales: sobre todo un cambio repentino en la conducta que puede ir en dos direcciones: o un aumento de la irritabilidad, la agresividad, la agitación, el insomnio…. o bien, una calma aparente tras un periodo de gran irritabilidad y agitación. Esta segunda situación se suele dar cuando ya se ha adoptado la decisión de suicidarse. Pero también son señales de alerta el aislamiento, la pérdida de interés en actividades que antes movilizaban a la persona, el regalo de objetos personales, el cierre de cuentas en redes sociales, arreglar asuntos pendientes, el aumento del consumo del alcohol u otras sustancias psicoactivas o manifestar despedidas repentinas.

En todos los casos, las estrategias de actuación deben ir encaminadas a escuchar y ofrecer un apoyo a la persona en situación de sufrimiento, que favorezca la comunicación, la expresión y la petición de ayuda. Es importante trabajar con ella la necesidad de activar su entorno más cercano y dejarla que elija en qué personas confiar y por quienes desea dejarse acompañar. Se le puede incluso invitar a tener una ficha elaborada con las personas a las que desea alertar en una situación de alarma, teléfonos de ayuda como el 112 y recursos de protección para autogestionarse mientras llega la ayuda.

También es importante limitar el acceso de la persona en situación de sufrimiento a elementos lesivos, por ejemplo eliminando el acceso a armas, utensilios cotidianos cortantes o punzantes o altas dosis de medicamentos, porque las personas con tendencias suicidas suelen utilizar los elementos letales más accesibles. También, en el caso de frecuentar alturas, es mejor tratar de limitar el acceso hasta que disminuya la ideación suicida y el sufrimiento que la provoca.

En suma, es vital que la persona no se sienta sola, que disponga de una buena red de apoyo y de un seguimiento médico y un acompañamiento psicológico hasta que no se resuelvan las causas de su sufrimiento.

Y recuerda siempre: la conducta suicida se puede prevenir.

 

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