Nuestra Directora Autonómica de Salud y Medioambiente, Maite de Miguel Tarancón, ha sido entrevistada por el diario Público.es en el mes de octubre para visibilizar y sensibilizar sobre la realidad del suicidio en España y sus implicaciones y formas de prevenirlo en general.

¿Quieres saber cómo fue la entrevista? ¡Te la dejamos a continuación!

El suicidio no es un asunto menor. Se trata de la primera causa de muerte no natural en España. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, cada día se producen una media de diez suicidios en nuestro país; al año, el número de personas que se quitan la vida dobla con creces a la cantidad de gente que muere en accidentes de tráfico. La Organización Mundial de la Salud (OMS) alerta de que cada año 800.000 personas se suicidan en todo el mundo. También es, según datos de la OMS, la segunda causa de defunción entre los jóvenes de entre 15 y 29 años. El pasado 10 de septiembre se celebraba el Día Mundial de Prevención del Suicidio, promovido por esta entidad y, este mes de octubre, la ministra de Sanidad, Consumo y Bienestar Social en funciones, María Luisa Carcedo, planteaba la creación de un grupo de trabajo para elaborar una serie de recomendaciones sobre cómo tratar el suicidio desde los medios de comunicación.

Público ha hablado con Maite de Miguel Tarancón, directora de Salud y Medio Ambiente de Cruz Roja Comunidad de Madrid, que nos acerca a una visión desdramatizada de este problema, abordando aspectos del mismo que van más allá de los lugares comunes. Porque se trata de un problema vigente, urgente e invisibilizado, al que cada vez la sociedad está algo más abierta a hacerle frente. Pero todavía queda mucho camino por recorrer, muchos mitos por desmontar y muchos prejuicios por superar.

¿Cómo podemos definir el suicidio más allá de prejuicios reduccionistas?

El suicidio, como tal, es un hecho claro: una persona se provoca la muerte de forma voluntaria y consciente. Una muerte autoinfligida. No es un accidente, ha habido intencionalidad. Otra cosa son las causas que llevan a él, así como los halos, los mitos, los tabúes que lo rodean. Lo que ocurre es que, dependiendo de los momentos y las épocas, se le han atribuido unas connotaciones sociales y culturales concretas.

¿Ha sido un tipo de muerte más susceptible a que se le atribuyeran esas connotaciones o a que se la romantizase?

El suicidio nunca ha sido una muerte aséptica porque la sociedad lo ha vivido siempre como algo que le asusta y que no tiene una explicación. Daba miedo, era algo no incorporado en la cotidianidad social. Así que se intentaba taparlo o justificarlo para darle una explicación en según qué contexto. En la época del romanticismo, se le atribuía un contenido poético; en algunas culturas, como la japonesa con los samuráis, se le daba un contenido épico o incluso relacionado con el honor. Pero, en general, en casi todas las culturas se ha obviado, tanto el número de suicidios como a la propia persona que se suicidaba, llegando al punto de que la sociedad prácticamente castigaba a la persona que se había suicidado por haber cometido un asesinato contra sí misma. No podemos olvidar también el componente de connotación cristiana: los suicidas, en esta doctrina, están condenados al infierno, no tienen ninguna posibilidad de salvación. El cristianismo considera que las personas no somos dueñas de nuestras vidas, de nuestros cuerpos, ni de nuestras almas. Lo somos únicamente de nuestras condiciones y nuestros actos, pero existe un ser superior al que pertenecemos. Así, el suicidio podía entenderse como una sublevación, una rebeldía contranatura.

¿Cómo afecta el suicidio de un ser querido a sus familias y entornos cercanos?

Muchas veces, en aquellas familias donde se había dado un caso de suicidio, ya no se hablaba más de esa persona, como si nunca hubiera existido. Se la borraba dentro de la propia familia y se llegaba a mentir sobre la causa de su muerte, haciéndola pasar por un accidente. La pérdida de un ser querido siempre supone un duelo importante, pero en el caso del suicidio está doblemente penado. Por un lado, porque las personas que sobrevivían se atormentaban pensando en cómo no se habían dado cuenta de que eso iba a suceder, sentían culpa. Además, a los suicidas no les podían enterrar en tierra sagrada y para muchas familias para quienes esto era importante, intentaban ocultarlo todo lo que podían porque suponía un estigma.

Ahora, en general, continúa siendo un asunto tabú en todo el mundo. Que una persona se suicide se vive como un fracaso de la familia, de la sociedad y del sistema, así que no se termina de asumir y se acaba culpabilizando a la propia víctima. Pero para prevenirlo hace falta visibilizarlo. Lo esencial es que las familias puedan hablar de lo que les ha pasado, que puedan recordar a la persona que han perdido de forma libre, sin prejuicios. Y hay que apoyarlas en el duelo, que es muy específico, en relación a ese sentimiento de culpa. Tanto para quienes han perdido ya a una persona como para quienes tienen alrededor a alguien que les reconoce tener idearios suicidas, es importantísimo hablarlo. Para afrontar un problema, primero hay que reconocer que existe; segundo, asumir que hay medidas con las que hacerle frente; y tercero, estar informado de una manera fiable y contrastada, no estigmatizada. Socialmente, eso es lo que se puede y hay que hacer.

¿Estamos ahora, como sociedad, preparados para afrontar el suicidio de forma diferente, como lo que es, sin todas esas atribuciones?

Yo creo que, si no lo estamos, debemos hacer todo lo posible para estarlo. Porque la única manera de prevenirlo es mirarlo de frente. En los últimos cinco años, aproximadamente, se ha abierto algo la veda en esta dirección, por parte de la Organización Mundial de la Salud, los medios… Es un proceso, pero deberíamos tomarlo como algo urgente, porque nos afecta a toda la sociedad. Y porque el suicidio se puede prevenir. Las personas no se quitan la vida porque no quieran vivir, sino que lo hacen porque quieren dejar de sufrir. La sensación de sufrimiento es subjetiva, depende de cada uno, pero muchas veces hay circunstancias externas que lo motivan o incrementan.

¿Sólo se suicidan quienes padecen ciertas patologías asociadas a la salud mental?

Hay algunas enfermedades mentales que producen tal sufrimiento que acaban estando asociadas al suicidio. Pero no todos los suicidas tienen problemas de salud mental, ni todas las personas con estas enfermedades acaban suicidándose. Y hay situaciones sin ninguna patología psiquiátrica que pueden abocar al suicidio. También hay quienes, cuando les diagnostican una enfermedad que no es mental pero que saben que va a deteriorar su calidad de vida y el proceso de degeneración no tiene una cura, deciden asumir la responsabilidad y decisión de su propia muerte.

¿Existen causas políticas, económicas y sociales que puedan llevar a la persona a suicidarse?

El suicidio siempre es una decisión personal. Pero se ha visto, por ejemplo, que los niños y niñas que en la infancia han sufrido maltrato o situaciones de ese calibre, posteriormente muestran una actitud más proclive a la conducta suicida. También hay momentos en los que cualquiera de nosotros podríamos vernos abocados a ello: el desempleo, las crisis económicas… Estas situaciones, a algunas personas puedan llevarlas a una incapacidad para asumir y afrontar las cosas, aumentándose los casos de suicidio. En épocas de crisis económica, por ejemplo en el Crack del 29, se publicaban noticias sistemáticas de personas que se tiraban desde edificios porque se habían arruinado en la bolsa. Sí es cierto que hablamos de situaciones muy críticas, en las que además el apoyo social también suele fallar.

¿Hay diferentes tipos de suicidio?

Sí. Primero hay que diferenciar los intentos de suicidio de los suicidios llamados “exitosos”. Según varias fuentes, se piensa que por cada suicidio exitoso hay cinco intentos que no han llegado a término. Y, aun así, ambos datos suelen estar infracontabilizados. Los intentos suelen estar asociados a formas mucho menos agresivas y tajantes, vinculados a una ingesta farmacológica o de venenos, de manera que si la persona es atendida a tiempo, puede recuperarse. Por otro lado, la causa más frecuente de suicidios efectivos son las armas de fuego, ahorcamientos, salto en altura y arma blanca. Y también hay suicidios encubiertos entre los accidentes de tráfico, sobre todo en el caso de personas solas y choques contra árboles, paredes, etcétera, aunque es muy difícil medir cuántos.

Por otro lado, podemos hablar de suicidio en diferido, que suele tener que ver con la autolesión –en adolescentes, por ejemplo, a través de otros problemas como la anorexia o la bulimia-, el hábito alcohólico o el consumo de drogas. Con este tipo de cosas lo que haces es atacar a tu propio cuerpo y, sobre todo, a tu bienestar psíquico. Las conductas adictivas pueden empezar por una intención lúdica, pero por ejemplo, en los años 80 y 90, con la heroína, solíamos preguntarnos cuántas sobredosis habían tenido lugar sin querer o habían sucedido a propósito.

Finalmente, podríamos profundizar en la eugenesia, que implica el buen vivir y el buen morir. La eutanasia es una forma de suicidio incluida dentro de los porcentajes, aunque estos casos son los menos. Nunca debería materializarse en una forma de suicidio violenta, porque eso implica una agresión hacia la persona. En las muertes asistidas o voluntarias, que son totalmente lícitas, lo que se busca es no sufrir, ni durante el proceso ni antes de él. Consiste en irse de esta vida de una manera dulce, con fármacos adecuados y bien administrados, en condiciones controladas y en un entorno amable, y debe estar respaldada por una patología grave o por un deterioro físico cognitivo. Yo creo que las personas debemos ser dueñas de nuestras vidas, pero también de nuestra muerte, aunque nunca desde la desesperación. Debe darse una reflexión tranquila, que permita una despedida y que facilite el duelo a las personas que nos rodean y nos quieren. Pero lo cierto es que una persona que, en general, se encuentra en buenas condiciones físicas y mentales, con unas expectativas de disfrute –que es algo muy particular, ya que el sufrimiento se siente en función de lo percibido por uno mismo- no busca acabar con su vida. Así que habría que diferenciar este tipo de muerte deseada, consciente y voluntaria, de lo que entendemos por suicidio.

¿Todo esto está relacionado con la perspectiva de género?

Desde luego. Educacionalmente, las mujeres, aun cuando van a matarse, procuran quedar lo menos feas posibles. Es algo estético, pero sobre todo dirigido a no dejar mal recuerdo en la persona que va a encontrarlas. Son más delicadas y cuidadosas, por lo que sus intentos de suicidio son más frecuentes con fármacos o venenos que en el caso de los hombres. Así, las mujeres se intentan suicidar más, pero lo consiguen menos. Sin embargo, cuando los hombres deciden que se van a suicidar, la mayoría recurre directamente a la forma más eficaz y violenta. Creo que muchas veces no se plantean los efectos hacia fuera; puede que si lo hicieran, también actuarían de la otra manera. Porque además esto supone que con las mujeres se puede acabar previniendo con mayor frecuencia un segundo intento. Entre el entorno, la sociedad y el sistema sanitario se atajan las causas; ellas en un alto porcentaje recuperan sus vidas y lo hacen con plenitud.

¿El hecho de que las mujeres tengan con más personas a cargo influye en que recurran a métodos que saben que serán menos efectivos, por la culpabilidad?

Yo no he encontrado estudios que lo confirmen y sería muy arriesgado afirmarlo. Pero, evidentemente, el hecho de tener personas a cargo –para quienes son madres, cuidan de enfermos o de personas mayores- podría ser influyente. Por un lado, podría tratarse de un factor disuasorio, aunque también precipitante. Muchas mujeres que se ven solas en esas circunstancias, no pueden más. Por ejemplo, que alguien se quede sin trabajo, nunca lo vemos como factor disuasorio, siempre lo consideramos precipitante. Pero en el supuesto caso de que una madre con cargas, sin solvencia económica, que se va a quedar sin un techo y comida para sus hijos, no está tan claro.

La cosa es que está tan invisibilizado el problema que hay muchas cuestiones a las que no podemos dar respuesta. ¿Cuántos de los suicidios que se producen son impulsivos y cuántos reflexivos? ¿Cuántos tienen detrás una patología psiquiátrica diagnosticada y tratada inadecuadamente? ¿Cuántos la tienen no diagnosticada o mal tratada? ¿Cuántas veces hay una ausencia total de red social detrás de la persona que palie la soledad? ¿Qué hay detrás de los suicidios de los adolescentes, uno de los colectivos más afectados por este problema?

¿Los medios de comunicación son un agente importante para la visibilización? ¿Cuáles cree que son las pautas a seguir para tratar estas informaciones de manera adecuada?

Los medios de comunicación son fundamentales. Y, por supuesto, lo primero es contrastar bien las noticias relacionadas con este tema, no hablar nunca de oídas. En segundo lugar, deben evitar prejuicios, luchar contra el estigma, normalizarlo y darle la importancia que tiene siempre con afán de sensibilizar sobre ello para prevenirlo. Igual que hay campañas continuamente para evitar las muertes por accidentes de tráfico. Hay que dar herramientas a las personas con ideaciones suicidas, que deben poder compartirlas con libertad y normalidad con sus amigos, con sus familias y con toda la sociedad, dejando que hablen sin cortarlas con comentarios como “no digas tonterías”. Y creo que el tradicional efecto llamada no es verdad, porque si una persona tiene una vida plena y está contenta, por mucho que le hablen del suicidio, no se va a suicidar. Hay que perderle el miedo al suicidio para atacarlo de frente.

¿Qué iniciativas lleváis a cabo en Cruz Roja para la prevención del suicidio?

Desde Cruz Roja nos hemos hecho eco de esta problemática, celebrando desde hace varios años con motivo del 10 de septiembre campañas de sensibilización sobre el suicidio. El Día Mundial de la Salud, que promueve la OMS, en 2017 lo dedicamos al tratamiento de la depresión, que es una de las causas más detectables de suicidio –aunque no todas personas con cuadros depresivos tienen riesgo de suicidarse, por supuesto-. Este 2019 hicimos unos talleres y una exposición, enmarcados en la campaña Dexpresionismo, en los que participaron personas con esta enfermedad que, a través de la expresión artística, pudieron canalizar sus vivencias. Y recientemente, este mes de octubre, el Día de la Salud Mental, lo enfocamos a la prevención de la depresión y el suicidio con la campaña Conecta con la vida.

El artículo original fue publicado el 26 de octubre en el diario Público.es y fue realizado por nuestra compañera Paola Aragón.

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